13 de agosto
Muchas veces oculta entre otras problemáticas, o directamente tratada con indiferencia, el agua está presente todos los días de nuestra vida circulando por nuestro cuerpo, pero nos olvidamos de ello aún sabiendo que como seres vivos sólo podemos sobrevivir pocos días sin agua.
Algunas señales inocultables de la escalada sin fin de la problemática hídrica a escala mundial son:
La reciente Conferencia sobre el agua 2023 de la Organización de Naciones Unidas para discutir “las cuestiones más acuciantes relacionadas con la crisis mundial del agua generada por nuestra mala gestión y su uso indebido” luego de 50 años de no hacerlo.
El último informe del IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático) donde se señala que los impactos del cambio climático se dejan sentir con mayor intensidad en regiones vulnerables, donde es 15 veces más probable que una tormenta, sequía o inundación provoque la muerte de personas.
El reciente estudio de la Universidad Nacional de Seúl donde se demuestra que la magnitud de la explotación y afectación del agua es tal que el eje de la tierra se desplazó diez metros en el último siglo. El origen de este fenómeno es el derretimiento acelerado de las capas de hielo polar y de los glaciares de montaña, así como cantidades colosales de agua bombeada del subsuelo (284 billones de litros al año en el año 2000, según estimados de los científicos), actividades que que cambiaron tanto la distribución de la masa del planeta que influyen en su giro.
Bien cerca de Argentina, la sequía y falta de agua que acontece en Uruguay nos interpela: ¿El advenimiento de una crisis hídrica es inevitable? ¿Cuál es la situación en nuestro país?
Argentina enfrenta una sequía desde el año pasado que afectó especialmente la Patagonia y el río Paraná. El 2022 fue uno de los años más secos de las últimas cuatro décadas y se caracterizó por temperaturas extremas e incendios forestales. Esta situación tuvo más relevancia pública por la pérdida de exportaciones de commodities que por las víctimas de las temperaturas extremas o los montes nativos quemados. Entre enero de 2022 y enero de 2023 los ingresos por exportación de cereales oleaginosas de Argentina disminuyeron en un 61 por ciento y, en ese sentido, vale la pena recordar que Argentina también exporta, entre otras cosas, agua: dentro de los barcos con cereales y leguminosas también se va parte del agua de riego que permite su explotación.
El agua de riego está bajo exigencia: sojización y expansión de la frontera agrícola sobre ecorregiones de monte nativo y agricultura campesina, extracción de agua subterránea y de alta montaña para minería, fracking en la Patagonia, monocultivos de árboles en el litoral.
No podemos dejar de mencionar la situación urbana. La mayoría de las ciudades del país carecen de una planificación adecuada para adaptarse a eventos climáticos extremos y muchos habitantes carecen de agua. Según el informe de coyuntura sobre el Acceso e igualdad al Agua y al Saneamiento del Ministerio de Obras Públicas presentado en marzo de 2021, nueve millones de argentinos y argentinas (el 20 por ciento de la población) no acceden al agua —potable o segura—, en las zonas urbanas esto comprende a una de cada diez personas. En los barrios populares esas brechas se amplifican dramáticamente y en zonas rurales afecta al 37 por ciento de los habitantes.
Garantizar el derecho fundamental al agua para toda la población debe ser la prioridad. A la vez, es fundamental preservar las fuentes de este bien de las garras de quienes buscan su adueñamiento, sobreexplotación o privatización.
La disputa de paradigma de bienes comunes/buen vivir versus el paradigma corporativo/privatizador/mercantilizador también se refleja en el agua. No se trata sólo de un elemento, un recurso natural o un bien común, sujeto a una gestión que debe ser eficiente, sustentable y justa. Es un emergente cultural, ambiental y político que se disputa como un factor de poder económico. Y en esta pelea destacan las grandes corporaciones que intentan apropiarse de las fuentes e incluir el agua en el mercado. De ahí radica la peligrosidad de dejarla en sus manos, sea privatizando empresas públicas o permitiendo la explotación intensiva y descontrolada a los grandes consumidores.
En este sentido, se expande la preocupación y el rechazo por el convenio firmado por el país con la empresa israelí Mekorot, denunciada mundialmente por impedir el acceso al agua a la población palestina. Mekorot concretó a principios de este año acuerdos de cooperación con gobiernos provinciales. En San Juan, Mendoza, Catamarca, La Rioja y Río Negro para la elaboración de planes maestros hídricos. En Formosa y Santa Cruz, consultorías. También tiene convenio con Santiago del Estero y Santa Fe para futuros planes maestros hídricos.
La democratización del bien enfrenta no sólo a los problemas de gestión, sino a los de desigualdad en la distribución, que muchas veces se resuelve por competencia y no por cooperación o solidaridad. Y esa competencia es asimétrica. En reiteradas oportunidades las comunidades locales se enfrentan a corporaciones trasnacionales que cooptan el poder político local, beneficiándose del uso irrestricto del bien natural para actividades industriales o extractivas.
Quizá para la mayoría de nuestra población, que reside cerca del magnífico Río de la Plata y sobre el Acuífero Guaraní, la percepción de abundancia resulta engañosa. Argentina es un país semiárido y tratar el agua como si abundara es de una falta de solidaridad enorme con nuestros y nuestras compatriotas de zonas áridas. En las culturas andinas se sabe bien esto, por ello los conflictos por el agua destacan, especialmente en oposición a proyectos mineros.
La pérdida de glaciares debida al calentamiento global y a las afectaciones mineras colabora con el estrés hídrico. Sin embargo Argentina y Chile comparten uno de los campos de hielo más grandes del mundo, resultando una reserva hídrica de relevancia. Sólo en nuestro país, según el Inventario Nacional de Glaciares, existen 16.968 cuerpos de hielo, (sin contar los menores a una hectáreas —que deben ser incluidos en el inventario).
En Argentina no sobra el agua. El recurso vital, como tantas otras cosas, se reparte mal. Además está sobreexplotada, contaminada y mal repartida. Sin embargo, existen experiencias colectivas, públicas y comunitarias de gestión de las aguas y luchas populares en su defensa. Éstas buscan garantizar el derecho a su acceso en calidad y cantidad, así como preservar las fuentes en sus ecosistemas.
En un mundo que se perfila muy seco, el agua tendrá en los próximos años un rol protagónico, que puede adquirir ribetes profundamente conflictivos. Pero también tiene la potencialidad de ser un factor que profundice la democracia, la cooperación, la solidaridad, el desarrollo bien entendido, la salud y la vida digna. Siempre que esté en manos de los pueblos.
Fuente: agenciatierraviva.com.ar