9 de noviembre
A media noche del sábado 5 de noviembre, un grupo de militares llegó al puesto policial de El Zamorano, ubicado en la zona del Bajo Lempa, Usulután. Los soldados se bajaron de un pick up doble cabina y se presentaron como miembros de la Brigada de Infantería que tiene sede en el Puerto El Triunfo. Luego mintieron sobre cómo capturaron a los ocho adolescentes que traían apiñados, unos sobre otros e incómodos, en la pequeña cama del vehículo.
El oficial a cargo de los infantes de marina explicó —mintió— a los policías que la noche del sábado andaban en un patrullaje en la comunidad Amando López del cantón La Canoa, cuando en medio de la oscuridad de las 22:00 horas del 5 de noviembre vieron “un grupo de sujetos”. Así que se acercaron e hicieron una “señal de alto”, pero “se dieron a la fuga” hasta que los soldados los “lograron neutralizar”.
El acta de novedades de la Policía, que parece una copia intacta de otras detenciones en medio del régimen de excepción, también dice que tras “neutralizar” a los adolescentes, los militares los privaron de libertad. “El delito que aparece en el acta es agrupaciones ilícitas, por ese delito fueron detenidos. Ese delito hoy está de moda”, dijo un policía de El Zamorano a GatoEncerrado, mientras leía el acta y omitía los nombres de los militares “captores”.
Esa acta de novedades, en la que consta la detención de los ocho adolescentes del Bajo Lempa que tienen entre 14 y 17 años de edad, es escueta y su extensión es de apenas dos páginas de papel bond tamaño oficio que, además de la jerga y guion de los cuerpos de seguridad (“un grupo de sujetos”, “se dieron a la fuga”, “fueron neutralizados”, “agrupaciones ilícitas”) no contiene detalles verosímiles ni coherentes con los hechos que relatan los testigos de las capturas. Ni siquiera dice la ubicación exacta de la supuesta reunión de los adolescentes o dónde fueron “neutralizados”. La comunidad Amando López tiene varios callejones de tierra y la descripción de la captura es tan ambigua que es imposible saber en cuál de esos caminos ocurrió todo.
—Pero todo ese relato de hechos es contradictorio con lo que dicen los testigos de la captura—preguntó esta revista al policía que leía el acta.
—Mire, yo le voy a decir una cosa: nosotros, como Policía, nuestra obligación es recibir a los soldados y levantar un acta con lo que ellos nos dicen.
—¿Incluso si no concuerda con los hechos?
—Eso lo va a determinar la investigación y la Fiscalía. Mire, yo sí quiero que quede claro que nosotros como Policía, hoy en día, no andamos capturando a cualquiera si no tenemos fuertes indicios de que es pandillero o colaborador. A menos que alguien nos diga que es pandillero o colaborador. Eso sí. Y colaboradores, ya sabe, son todos aquellos que tienen vínculos con ellos, les llevan comida, cigarrillos, gaseosas, todo eso.
—Y en este caso, ¿hubo algún indicio?
—Aquí (el acta) se basó en lo que ellos (soldados) dijeron. Uno como Policía no se puede hacer el loco y tiene que levantar el acta…
—¿Ustedes no pueden negarse a levantar un acta?
—No, es que si uno no levanta un acta, luego ellos, los soldados, pueden decir que uno anda a favor de los pandilleros y es mejor evitar esos problemas. Ya hemos tenido problemas. Yo quisiera que las personas de la comunidad hayan entendido que la Policía no ha tenido nada qué ver en este caso. Son los militares y ellos deberán responder por sus actos.
A unos ocho minutos en vehículo desde la comunidad Amando López, hacia el sur y buscando la Isla de Méndez, se encuentra San Juan del Gozo. En esa localidad, los Infantes de Marina de El Triunfo tienen un puesto improvisado desde el que salen a patrullar en zonas como la comunidad Amando López.
Cuando GatoEncerrado llegó al puesto de los infantes, que en realidad es un terreno con una pequeña construcción al frente y detrás un patio con árboles frutales y unas paredes viejas pintadas de rosado que sobreviven a lo que alguna vez fue una construcción más grande, encontró a dos militares recostados sobre unas hamacas viendo videos en sus celulares y con sus armas largas en el regazo.
—¿A quién busca?—preguntó el mayor de los dos, mientras se levantaba de su hamaca y se ponía sobre su hombro la banda para sostener el fusil.
—Soy periodista y busco la versión de los militares sobre la detención de ocho adolescentes en la comunidad Amando López.
—Nosotros no estamos autorizados para hablar del caso.
—Yo lo que quiero saber es por qué los capturaron y por qué los soldados han dicho que la captura ocurrió en circunstancias diferentes a las que dicen los testigos…
—Nosotros solo obedecemos órdenes.
—¿De quién?
—No estamos autorizados para hablar—repitió mientras el soldado más joven también se levantaba de su hamaca y se acomodaba el arma.
—¿De qué medio es usted? Es que hay páginas que solo buscan atacar el trabajo que nosotros hacemos. Si ellos fueron detenidos y eran menores de edad, las investigaciones van a decidir qué pasa con ellos.
—Ya fueron liberados.
—No sabía eso. Seguro, si son menores de edad, los han dejado libres mientras continúan las investigaciones. Yo no estoy autorizado para hablar. No puedo decirle nada.
A diferencia de la versión oficial ofrecida por militares, que consta en un acta de novedades de la Policía Nacional Civil (PNC) de El Zamorano, más de 15 testigos de las capturas de los adolescentes, vecinos de la comunidad Amando López y profesores de la escuela de la zona coinciden en que los militares llegaron hasta las casas de los muchachos mientras estaban dormidos, los despertaron y luego se los llevaron a empujones en un pick up.
Crónica de una captura anunciada
Raúl, el padre de dos adolescentes de 14 y 17 años, estaba seguro de que sus hijos iban a ser capturados en cualquier momento. “Yo tenía miedo de que esto iba a pasar, a pesar de que uno sabe que ellos no andan en malos pasos. Los niños llegaron diciendo un día que los militares los habían parado en la calle un par de veces y les levantaron las camisas buscando tatuajes, les tomaron fotos y les revisaron el teléfono. Yo solo le pedía a Dios que no fuera de noche, porque no iba a tener cómo movilizarme”.
Los hijos de Raúl no eran los únicos que habían sido retenidos en las calles por militares, después de salir de clases o cuando regresaban de trabajar limpiando terrenos o como ayudantes de albañil y jugadores de fútbol. Lo mismo le contaron otros adolescentes y jóvenes de la comunidad, mientras los entrenaba para el torneo de fútbol de la zona. La historia era similar: los soldados les quitaron las camisas y buscaron tatuajes, revisaron los teléfonos y una vez hasta los golpearon con la punta del fusil.
Pedro, otro padre de dos adolescentes de 14 y 16 años que fueron detenidos, estaba preocupado días antes de la captura porque sus hijos le relataron que los soldados llegaban constantemente a la comunidad y los retenían en la calle. “No se preocupen, si algo les pasa, nosotros (papá y mamá) los vamos a apoyar”, les dijo, para calmarlos un poco, aunque él seguía muy angustiado.
Griselda relató que días antes de la captura, los militares revisaron el teléfono de su hijo y se quedaron con una fotografía en la que salía con un sobrino haciendo la señal universal de “amor y paz” con sus dedos. “Esa no es una señal de pandilla”, afirmó Griselda.
Otro padre contó que a un adolescente le tocó buscar una vestimenta parecida a la militar para una obra de teatro sobre historia de El Salvador, presentada ante la comunidad y coordinada por el Centro Escolar Lempamar, el 31 de octubre pasado. Ese adolescente se tomó una fotografía con el traje y la guardó en su celular. Cuando los soldados lo retuvieron en la calle, le encontraron la foto y le cuestionaron por qué se había vestido como militar.
Cristino, uno de los profesores de la escuela, relató a esta revista que ese uniforme en realidad estaba muy viejo, sucio y roto. Fue encontrado entre los paquetes de ropa que llegan a la comunidad para ayudar a las familias damnificadas cada vez que hay tormentas fuertes e inundaciones. “En la foto salía el estudiante con ese uniforme viejo y con un palo que simulaba el arma. Se entiende que es un traje de utilería para una obra de teatro, pero los soldados al parecer no lo tomaron a bien”, dijo el profesor, quien agregó que la obra se viene presentando desde 2006 para enseñar a las nuevas generaciones la historia del país y que nunca había ocurrido una situación similar con los trajes de utilería.
La maestra que imparte inglés y quien también participó en la organización de la obra de teatro, agregó que conoce a los ocho adolescentes que fueron detenidos y aseguró que son muchachos “colaboradores”, “sanos”, “que no se meten problemas”, “pueden ser inquietos, pero eso es parte de su edad” y que usar un uniforme de utilería para una obra de teatro no es delito.
Todos, los ocho adolescentes que fueron capturados la noche del 5 de noviembre, actuaron en la obra de teatro presentada en la casa comunal de la comunidad. De hecho, estaban entusiasmados por presentarla una vez más el 20 de noviembre en otra comunidad, pero la captura les cambió los planes. “Este domingo (6 de noviembre), nos íbamos a reunir para ver las siete escenas de la obra y prepararnos para presentarla. Pero ya no pudimos reunirnos porque los soldados nos llevaron”, dijo uno de los adolescentes a esta revista.
Las horas previas
Los ocho adolescentes, en sus horas libres y fines de semana, también son jugadores del equipo Atlético Juvenil de la comunidad Amando López, que tiene por entrenador a Raúl. La mañana del sábado se juntaron con otros amigos en la cancha de fútbol para tomar las medidas y tallas del uniforme del equipo que un amigo de Raúl, quien vive en Estados Unidos, ha prometido regalar. Con ese uniforme, del que aún no saben cuál será el color, podrán identificarse en los torneos de fútbol. Según recuerdan, esa mañana estaban ocupados en las mediciones de las tallas, cuando los militares pasaron por la cancha.
Luego de tomar las medidas, Raúl y sus dos hijos se fueron a la casa para recibir a la madre de familia, quien solamente puede estar con ellos los fines de semana, ya que trabaja toda la semana en San Salvador. Según el relato de Raúl, los niños estaban tan alegres que hicieron la limpieza de la casa sin protestar y cenaron pupusas con la mamá. A las 8:00 de la noche se fueron a dormir, como es su costumbre. En esta zona de Usulután, donde no es tan fácil el acceso a internet y con el cansancio de los días calurosos, las familias por lo general se duermen temprano.
Las capturas
A las 10:20 de la noche del sábado 5 de noviembre, los perros comenzaron a ladrar insistentemente afuera de la casa de Pedro y su familia. De repente, según recuerda, alguien tocó muy fuerte la puerta, como si quisieran derribarla. Pedro se asustó y se levantó de inmediato. Encendió un foco, se puso al filo de la puerta de entrada y se percató de que unos ocho militares estaban afuera de su vivienda.
—¿Cuántas personas viven aquí?—gritó un militar con un tono que sonó más a una órden que a una pregunta.
—Cuatro—respondió Pedro, tímido.
—Vaya, que salgan todos ya.
—Voy a despertar a los niños.
—Bueno y vos, ¿todavía seguís bolo?—le dijo un militar al hijo de 14 años de Pedro, cuando salió del cuarto hacia la puerta de entrada.
—Señor, estaba dormido. Solo está adormitado—murmuró Pedro, en defensa de su hijo.
—Acompáñennos—ordenó otro soldado a los dos hijos de Pedro, mientras les daba empujones hacia el pick up.
—¿Para dónde los llevan? —preguntaron al unísono, angustiados, Pedro y su esposa— ¿De qué los acusan? ¿Qué han hecho? ¿Dónde está la orden de captura?
Los soldados guardaron silencio. Tiraron a los dos adolescentes en la cama del pick up, donde ya iba otro muchacho, y luego se marcharon. Según Pedro, todo fue tan rápido que apenas duró unos tres o cuatro minutos.
—Si no se mete a su casa, también lo vamos a capturar a usted—fue lo único que le dijo un soldado.
“Yo, en ese momento, sentí una gran frustración. Imagínese que mi familia es víctima de las pandillas y ahora de los militares. Nosotros venimos a vivir a esta comunidad (Amando López) hace tres años. Huimos de las amenazas de pandilleros, donde vivíamos antes. En ese lugar, los pandilleros desaparecieron a un hijo mío. Hasta hoy no lo hemos encontrado. Yo me acerqué a los policías de ese lugar y ellos me ayudaron a mudarme para proteger a mis otros hijos y esposa. Y ahora lo que nos pasó. Somos víctimas de las pandillas y ahora de los militares”, contó Pedro a GatoEncerrado.
A las 10:30 de la noche, la misma historia. Los perros ladraron incesantemente y en la puerta de Raúl sonaron unos golpes muy fuertes. Sin preguntar nombres ni nada, los militares ordenaron que todos salieran de la casa y solo se llevaron a empujones a los dos adolescentes. El más pequeño, el de 14 años, quedó con moretones tras ser arrojado al pick up y quedar encima y debajo de los otros adolescentes que ya iban en el vehículo.
Unos minutos después, los militares llegaron a la casa de Griselda. Sus tres perros, dos negros y uno café, la despertaron con sus ladridos. Cuando se asomó por la ventana, observó que los militares armados se acercaban y escuchó fuertes golpes en su puerta. Así que se apresuró para abrir, arrastrando una sandalia que no se pudo poner correctamente en la oscuridad. Cuatro de los soldados entraron a su vivienda, sin presentar ninguna orden de allanamiento o de captura y preguntaron exactamente por el nombre de su hijo.
Los militares que ingresaron a la casa, encontraron a su hijo a un lado de la cama, desconcertado por lo que estaba ocurriendo. Lo empujaron para que saliera y se lo llevaron. Griselda preguntó por qué razón lo estaban capturando y hacia dónde lo llevaban. Pero los militares, como ya lo habían hecho en las otras casas, no respondieron ninguna pregunta. Griselda recuerda que la cama del pick up era tan pequeña que los militares, que iban atrás custodiando, se acomodaron encima de los adolescentes.
Cuando las capturas terminaron, los padres de los adolescentes salieron a los callejones de la comunidad y se preguntaron si alguien sabía la razón del “operativo militar”. Ninguno tenía claras las razones, así que se organizaron de inmediato para que vecinos y amigos les hicieran el favor de llevarlos al puesto policial de El Zamorano.
Pasadas las 11:00 de la noche llegaron al puesto policial en tres vehículos diferentes y preguntaron si los adolescentes ya estaban ahí. Los policías de turno respondieron que no sabían de ninguna captura y que hasta esa hora no había sido remitido ningún grupo de menores detenidos. Preguntaron por radio a otros policías y todos respondieron que no sabían de ninguna “novedad” relacionada a la captura de menores.
La hora de la incertidumbre
La respuesta de los policías dejó en incertidumbre a los padres de los ocho adolescentes. Era tanta la angustia, que la esposa de Raúl y madre de dos adolescentes comenzó a ponerse mal de salud y se le bajó la presión.
Mientras tanto, los militares habían llevado a los muchachos a su puesto en San Juan del Gozo. Los adolescentes relataron a esta revista, a un lado de sus padres y con su consentimiento para hablar, que en ese lugar los colocaron de pie y en fila frente a la pared que sobrevive de una construcción vieja. De ese lugar solo recuerdan que apestaba como a un animal muerto y que se escuchaba a un perro que no dejaba de ladrar.
A todos les ordenaron que acomodaran sus manos atrás de su cabeza y que hicieran sentadillas “para que no se quedaran dormidos”. Si alguno fallaba en la sentadilla, los militares le pegaban con sus botas en los tobillos y los amenazaban con que les iban a “echar encima” al perro que ladraba.
En ese lugar, los soldados también cuestionaron a los adolescentes por sus cortes de cabello. Uno se hace una colita con su pelo largo y a otro le gusta el corte estilo hongo, pero ninguno de los ocho tiene el corte francesa clara estilo militar y eso pareció irritar a los soldados.
“Nosotros pensamos que ahí nos iban a dar duro o quizá algo peor. Estaba oscuro y solo alumbraba la luz de los soldados. Después nos subieron otra vez al pick up y nos llevaron a la Policía (de El Zamorano)”, relató uno de los adolescentes.
Ya casi era la madrugada del domingo 6 de noviembre cuando los militares se asomaron a la estación policial de El Zamorano con los adolescentes. Al verlos llegar, los padres de los ocho muchachos sintieron el alivio de saber que sus hijos estaban vivos. Fue en ese momento cuando los militares mintieron a la Policía sobre las circunstancias en las que realizaron las capturas.
El apoyo
Ahí, en el parqueo de la estación policial, los padres se quedaron reunidos y juraron entre sí que no dejarían solos a sus hijos y que los iban a acompañar a donde fuese necesario y que harían lo oportuno para demostrar que son muchachos que no tienen ninguna relación con pandillas. En eso estaban, buscando algún vehículo que los trasladara a todos juntos, cuando los militares salieron del edificio policial para ofenderlos.
“Los soldados nos decían que nosotros estábamos perdiendo el tiempo, que nos fuéramos a dormir. Que éramos unos pendejos, que por más que hiciéramos, nuestros hijos no iban a salir y que dejáramos de andar defendiendo a pandilleros”, recordó uno de los padres.
A las 4:30 de la mañana del domingo, los padres tomaron la decisión de ir a bañarse y cambiarse de ropa y regresar todos juntos a las 6:00 de la mañana, debido a que unos policías les dijeron que a las 6:00 de la mañana iban a ser trasladados hacia San Miguel.
Al regresar de sus casas, el grupo de padres encontró que los adolescentes aún seguían en El Zamorano. Fue hasta las 10:30 de la mañana que los policías los trasladaron a las bartolinas de Jiquilisco y de allí a la Oficina de la Fiscalía General de la República (FGR) de Usulután y luego al Instituto de Medicina Legal (IML). Finalmente los llevaron a otra delegación policial, donde los policías se comportaron “muy amables y dejaron que se les comprara pollo de almuerzo y pupusas de cena”, contaron los padres.
En esas idas y venidas, los padres anduvieron detrás de los adolescentes y policías en un pick up grande, color azul y con techo para cubrirse del sol. Durante todo el domingo, los padres dijeron sentirse acompañados por la directora del Centro Escolar Lempamar, por los profesores de la escuela, una representante del Consejo Nacional de la Niñez y la Adolescencia (Conna) y organizaciones de sociedad civil nacionales e internacionales que exigieron en redes sociales la liberación de los ocho adolescentes.
Liberación
A las 10:00 de la noche del domingo 6 de noviembre, 24 horas después de su captura, los padres recibieron la noticia de que los ocho adolescentes serían liberados. Los policías se limitaron a decir que “no había suficientes pruebas para mantenerlos detenidos” y no dieron más explicaciones. Los padres se conformaron con la buena nueva.
Un rato después, los muchachos fueron liberados y se reencontraron con sus padres afuera de la delegación policial, bajo una tormenta. “Yo lo primero que hice fue abrazar a mi mamá y decirle que la amo”, dijo uno de los adolescentes. “Yo, al llegar a la casa, me fui a dormir. Ya todo había pasado”, dijo otro. “Yo me bañé, me sentía apestoso”. “Yo busqué mi celular y le escribí a mi novia”, confesó otro, mientras reía.
El lunes 8 de noviembre, por la mañana, una pequeña delegación de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) reunió a los padres y adolescentes en el terreno de una tienda de comestibles para tomar sus declaraciones. A la reunión también se unieron abogados de la organización Cristosal.
“Nosotros solo queremos que a los muchachos no les vaya a quedar el antecedente, porque eso les puede afectar en el futuro cuando busquen algún trabajo. Queremos que no tengan antecedentes y también que se investigue por qué esos militares se llevaron sin razón alguna a nuestros hijos”, dijo Raúl.
Fuente: Gato Encerrado.