21 de diciembre
El 21 de diciembre de 1907 ráfagas de balas disparadas por el Ejército de Chile asesinaron a miles de personas en la Escuela Santa María de Iquique, quienes se mantenían en huelga exigiendo mejoras sustanciales en los centros de trabajo salitrero.
Este 21 de diciembre se cumplen 115 años de la masacre de la Escuela Santa Maria de Iquique en el norte de Chile.
Compartimos escrito realizado por Cesar Padilla, del Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina – OCMAL, para el centenario de la matanza
Los trabajadores y sus familias marcharon a partir del 10 de diciembre, desde las altas pampas andinas donde extraían el caliche o salitre, utilizado en la industria y la agricultura (el fue un componente fundamental de la pólvora) principalmente de los países industrializados del norte del hemisferio.
Desde las diferentes «oficinas salitreras» correspondientes a los numerosos yacimientos de salitre bajaron 14.000 personas entre obreros, mujeres y niños para protestar contra las injusticias de los empresarios del salitre, entre los que se cuentan los bajos salarios y el pago con fichas que se cambiaban en pulperías pertenecientes a los mismos empresarios salitreros. Los precios subían y los salarios se mantenían a nivel de hambre.
La marcha de la esperanza
El largo camino desde la pampa salitrera hasta las costas de la ciudad de Iquique se realizó agrupados por oficinas y grupos de cientos de personas apoyándose mutuamente en un acto de profunda solidaridad. Sin comida y con escasa agua mas las condiciones climáticas del desierto, la marcha debilitó a varias personas costandoles la vida.
Algunos lograron ubicarse en trenes destinados al ganado y transporte de sacos de salitre y así evitarse el largo viaje hasta la costa.
Unos y otros se daban ánimo soñando con lograr las reivindicaciones básicas que perseguían: un salario justo y mejores condiciones de vida.
A pesar de la dureza de la marcha de bajada a Iquique a reclamar derechos y superando las dificultades de la caminata bajo un sol que penetra y erosiona la voluntad de los mas fuertes, las voces de esperanza lograron conducir a las miles de familias de obreros a su destino de justicia: la ciudad frente al mar, donde viven las autoridades chilenas que deben defender los derechos de las mayorías.
Un territorio prestado
Gran parte del norte de Chile perteneció a Bolivia y Perú antes de la llamada Guerra del Pacifico que no fue otra cosa que la defensa de intereses transnacionales del salitre por parte del Estado chileno.
La guerra de 1879 arrebató a Perú y Bolivia territorios ricos en minerales y estiércol de aves marinas, un producto preciado y utilizado en aquellos tiempos como abono en la agricultura.
Desde aquel entonces existe la reivindicación de recuperación de mediterraneidad perdida por Bolivia y diferendos limítrofes con Perú.
Lo mas duro para los países que juntos lucharon contra Chile y perdieron territorio dice relación con la riqueza mineral descubierta mas tarde y luego que el salitre perdiera su valor por el descubrimiento del salitre sintético a cargo de científicos alemanes.
Chiquicamata, una de las minas de cobre mas grande del mundo esta ubicada en lo que fuera suelo boliviano y es común relacionar en Bolivia la perdida de dichos territorios con la pobreza y falta de desarrollo en este país.
Luego, en los años 90 fueron puestos en explotación otros yacimientos en los territorios arrebatados por Chile a Perú y Bolivia. Sin embargo estos últimos yacimientos están en manos de transnacionales y el beneficio para Chile es permanentemente puesto en duda.
La defensa de los intereses extranjeros por gobiernos del sur ha sido desde siempre la tónica de los conflictos limítrofes entre países pobres. El caso de la guerra reciente entre Perú y Ecuador queda mas claro a la hora de conocer los cordones cupríferos presentes bajo la línea de frontera entre estos dos países.
Otra vez los ingleses
Previo a la Guerra del Pacífico, empresarios ingleses habían incursionado en la explotación del salitre, sin embargo frente a los intereses mostrados por Bolivia y Perú respecto a los minerales, estos empresarios acudieron al Estado chileno buscando protección frente a los países dueños de los yacimientos. Chile respondió con ocupación de los territorios en cuestión y los intereses de los empresarios ingleses se vieron garantizados.
Fue uno de los primeros procesos de entrega de las riquezas -ajenas en este caso-, a intereses extranjeros. Esta situación se repitió mas tarde con el cobre y otros metales en manos de los norteamericanos en los 50 y 60 y a diversas multinacionales principalmente canadienses de los 90 en adelante.
El único intento de recuperar los recursos mineros sucedió en 1971 bajo el gobierno socialista de la Unidad Popular, liderado por Salvador Allende y que con el apoyo del parlamento en pleno, nacionalizó las minas de cobre. Con ello se gano el odio asesino del gobierno de Estados Unidos que culminó con el golpe de estado liderado por Pinochet que a pesar de todo no devolvió el cobre a los norteamericanos y mas bien lo utilizó para fortalecer a las fuerzas armadas (10% de las ventas de Codelco, la minera estatal alimentaba los planes bélicos de las fuerzas armadas y mantenía a los uniformados satisfechos)
La intolerancia transnacional y el servilismo chileno
De los 14 mil pampinos del salitre que llegaron a Iquique a demandar justicia y condiciones de vida más humanas, cerca de la mitad eran bolivianos y peruanos y se encontraron con el desprecio de los representantes de los empresarios ingleses.
Argumentando que no podían responder a las demandas antes de un plazo prudente que les permitiera consultar con Inglaterra, aprovecharon el tiempo para difundir calumnias y acusaciones infundadas contra los obreros y sus familias en una campaña de terror que se acentuó una vez que gremios diversos de la ciudad costera adhirieran a las demandas de los pampinos y el movimiento social adquiriera mayor simpatía por la población local.
Mientras la respuesta inglesa se dejaba esperar, los representantes de las empresas extranjeras pedían a las autoridades del Estado chileno que garantizaran el derecho a propiedad y ejercicio empresarial, negándose a negociar con los pampinos mientras estos no regresaran a sus lugares de trabajo.
La ciudad fue consecuentemente militarizada y el toque de queda y restricciones diversas fueron imponiéndose, mientras las autoridades mostraban un mayor acercamiento a los empresarios y una actitud cada vez mas intransigente con las demandas sociales y laborales de los trabajadores del salitre y sus familias.
Ubicados en la Escuela Santa Maria y en la carpa de un circo cedida por su dueño para albergar a las familias que no cabían en la Escuela, los 14 mil pampinos reunidos en ambos lugares recibían alimentación solidaria cedida por la población local, sin embargo las condiciones de hacinamiento hacían difícil la estadía por mucho tiempo.
Luego de algunos días de conflicto comenzaron a llegar buques de guerra con sus respectivos contingentes traídos de diferentes localidades del país para ir ocupando paulatinamente la ciudad o para quedar a la espera de instrucciones en los barcos atracados en la ciudad puerto.
A pesar de los esfuerzos realizados por los dirigentes pampinos para sensibilizar a las autoridades en la búsqueda de una solución al conflicto, esta se fue alejando cada vez mas, mientras, por otro lado, se fue endureciendo el discurso y las amenazas de la autoridad regional a cargo del conflicto.
Quedaba claro que las autoridades chilenas habían cedido a la presión de los empresarios ingleses y se disponían a poner fin al conflicto beneficiando los intereses extranjeros por sobre la justicia de los compatriotas obreros del salitre.
La voz ronca de las transnacionales
El 21 de diciembre de 1907 los pampinos fueron concentrados en la Escuela prohibiéndoles salir de ella. Patrullas de militares empujaban a aquellos que se encontraban en las calles adyacentes con dirección a la Escuela ya que se aproximaba el momento en que el conflicto llegaba su fin.
Los pampinos un tanto preocupados por la nutrida presencia militar pero con la esperanza viva de conseguir sus reivindicaciones se agruparon en el patio de la Escuela a esperar a las autoridades sin embargo el no poder salir del recinto por prohibición militar comenzó a inquietar a los mas pesimistas.
Los comentarios eran diversos. Desde el temor a que los militares dispararan contra los huelguistas hasta una confianza plena en el patriotismo de los uniformados que no descargarían sus armas contra hemanos y además desarmados, recorrían las bocas de los obreros del salitre.
Sin embargo pronto los presagios de los mas pesimistas se fueron haciendo realidad.
Las autoridades militares conminaron a los huelguistas a retornar a sus lugares de trabajo y esperar allí la resolución que tomarían a su debido tiempo los empresarios ingleses.
La desconfianza y el rechazo fueron los sentimientos que apresuradamente llevaron a los obreros a desestimar las órdenes emanadas de la autoridad de boca del alto mando militar.
Frente a esta negativa la autoridad ordenó a los huelguistas desplazarse al hipódromo pero los pampinos se negaron a obedecer ya que en este recinto se sentían mas vulnerables a los ataques desde los barcos atracados en el puerto.
Poco después, y terminadas la posibles negociaciones para que los obreros y sus familias retornaran a la pampa y luego de reiteradas amenazas, comenzó una de las peores pesadillas recordadas por el movimiento obrero chileno.
Los disparos no se dejaron esperar y entre las balas de fusiles provenientes de las calles que circundan la escuela, las ametralladoras apostadas frente a las puertas de la iglesia comenzaron su ronca descarga de muerte.
Fueron largos minutos de un infierno de carreras al interior del patio sumando cuerpos tendidos en el suelo, pisoteados y atravesados por las descargas repetidas de ráfagas mortales.
Luego de acabar el ataque a la escuela las miras se dirigieron a la carpa del circo donde se encontraban principalmente mujeres y niños. El resultado fue tanto o mas trágico que el del patio de la escuela.
No existen cifras exactas de las víctimas caídas en ambos recintos, por el apresurado levantamiento de los cuerpos y su desaparición en las fosas comunes cavadas con anterioridad y premeditacion para tal efecto.
Testigos e historiadores no lograron ponerse de acuerdo. La cifras oscilan entre 195 y 3600 víctimas entre los que murieron en el momento del ataque y los que dejaron de existir luego de una dolorosa agonía. Dolorosa no solamente por las heridas sino por la incomprensible traición a los sacrificados de obreros del salitre, de sus mujeres y de sus hijos.
Una estimación que pretende acercarse a la realidad habla de más de 2000 victimas. Y por cierto como algunos afirman, cualquier información que aporte a aclarar esta cifra no haría mas que incrementarla.
¿Se repite la historia?
Se cumplen cien años de la masacre y todavía la minería cobra victimas. Ya no son 195 o 3600 en un día, pero luego de cien años hay razones para no ser muy optimistas.
Y lo que es peor, el servilismo de los gobiernos se mantiene. Tal vez las ametralladoras guardan silencio pero las calumnias y mentiras que desprestigian a quienes luchan por los derechos de los mas pobres hieren y probablemente matan.
Están todos los argumentos para mantener las alertas e impedir que la historia se repita justamente porque muchas condiciones que un siglo atrás permitieron esta brutal masacre, por desgracia, aun está presentes.
Fuente: Resumen Latinoamericano.