Política

Argentina. Sobre vouchers, escuelas y sentidos

27 de agosto

Es sabido que se instaló (nuevamente) la idea de vouchers educativos: ¿qué son?

Resumidamente, se trata de lo siguiente: el Estado le da a las familias unos vouchers para que elijan a qué escuela quieren ir. Esta elección se basa en información otorgada por evaluaciones a las instituciones, que finalizan con un ranking. Por lo tanto, las escuelas estatales o privadas reciben dinero según la cantidad de estudiantes que tienen. Esto generaría competitividad entre instituciones, las que deben esforzarse por brindar un mejor servicio y atraer matrícula. Parte de la idea de que las escuelas (y los/as alumnos/as) deben ser eficientes y esforzarse para conseguir mejores rendimientos. Generalmente (digo, siguiendo otras experiencias) lo mismo sucede con los docentes, quienes cobran su salario según el “rendimiento” en evaluaciones, sobre las que ahora no ahondaré, pero que lejos están de definir el modo en que realizan su trabajo. Entonces, quisiera expresar algunas ideas sobre esto, organizado en tres dimensiones, que no son las únicas ni terminan de explicar el problema, pero dan algunas pistas.

Sentidos
Lo que primordialmente está en juego son los sentidos sobre la escuela. Pensamos la escuela como aquella que aloja y construye lo común. Como aquella que transmite la herencia y pone a disposición los bienes culturales, principalmente a quienes le son negados. Hace público, pone a disposición, tiende la mesa (como diría Graciela Frigerio), lo que es de todos, en disputa con los privilegios de algunos. En la misma línea, el/la docente es un/una entrometido/a (como diría Estanislao Antelo). Entrometerse consiste en ofertar más allá de la demanda. Lejos de convencerse de los destinos prefijados (como diría Carina Rattero), los tensiona, los problematiza.

En tiempos donde el mercado como aparato subjetivante tiene un lugar central en la vida de las personas, la escuela es contracultural (como diría Emilio Tenti Fanfani). Frente a lo urgente, lo inmediato, lo competitivo, la selección y la exclusión (entre otras), la escuela piensa en darse un tiempo más, en reconocer al Otro, en el acto de enseñar como irrenunciable. Y sí, desde la perspectiva del mercado, no es productivo. Pensamos una escuela con todos/as adentro, frente al proyecto del mérito individual. Una escuela de lo comunitario, frente al proyecto de las cosas.

Viabilidad
Sé que a muchxs no los va a interpelar en absoluto los sentidos, por lo que también comparto en esta dimensión y en la siguiente, algunos aspectos que tienen un tinte mas “práctico”. Hay algunas falacias en el proyecto de los vouchers. Por ejemplo, que el Gobierno nacional puede entregarlos a las familias y éstas, elegir las mejores escuelas. Hay una imposibilidad de base y es que, las escuelas de niveles obligatorios no dependen de Nación, sino que están bajo la órbita de cada jurisdicción, por lo que (salvo que modifiquen la Constitución Nacional) es muy difícil de implementar.

Otra falacia es que las familias eligen en base a información confiable. ¿Quiénes establecen las categorías o criterios para evaluar? ¿Quiénes las implementan? ¿Cuáles son los dispositivos?

Otra falacia es que el mismo presupuesto actual va directo a las familias y no “quedan” en los ministerios. Esta reforma vendría acompañada de otras reformas impositivas. Entonces, podemos preguntarnos: ¿cómo se recaudaría el mismo presupuesto?

Podría seguir, pero solo quiero plantear algunos ejemplos para disputar afirmaciones del sentido común que desconocen el mismísimo funcionamiento del sistema educativo. Insisto, la preocupación principal es sobre la disputa de sentidos.

Efectos
En caso que se implementara una reforma de este tipo, se profundizarían las desigualdades. El financiamiento baja, sobre todo en el sistema estatal, si no se recibe otro aporte que no sea el de los vouchers. A esto hay que sumarle que la publicación de rankings es profundamente tendenciosa. En estos casos lo que provoca es que se cierren muchísimas escuelas. También se generan escuelas en pésimo estado, con terribles desigualdades. Y esto no sucede porque hay escuelas que son menos productivas, menos eficientes o simplemente “peores”. Generalmente esto sucede con las escuelas de las periferias y de sectores populares. Contrariamente, pensamos que la escuela pública no está pensada en términos de productividad, sino de derechos.

Va un ejemplo: en Argentina existen las escuelas rurales. Son escuelas generalmente con poca matrícula, justamente porque la distribución de la población en un país como el nuestro hace que así sea ¿Qué pasaría con ese financiamiento? ¿Quién cubre esas demandas ahí donde no es rentable? Otro ejemplo, las escuelas de educación especial: requieren de algunas condiciones particulares, por ejemplo, de infraestructura, mayor cantidad de docentes, acompañantes, etc. por alumno/a. Son escuelas “caras”. ¿Son poco eficientes? Sin un ministerio que lo articule, ¿quién y cómo se define lo común? ¿Qué condiciones se promueven para ofrecer una escuela inclusiva y de calidad en todos los rincones del país? En fin, no son los únicos efectos…

Comentario final
Si estás enojado/a porque en la escuela pública no están las condiciones que necesitás, porque no tenés clases, porque no se enseña o carece de sentido, te entiendo. Hay que mejorar mucho. Quizás muchísimo. Es una tarea que tenemos que darnos. Tenemos que volver a poner el foco en la enseñanza como acto irrenunciable y político. Tenemos que ofertar, aunque no haya demanda. Volver la escuela un lugar interesante. Pensarla como ese lugar donde nos permitimos alejarnos un poco de la productividad (como dirían Maarten Simmons y Jan Masschelein) y pensar críticamente. Tenemos que hacer de la escuela el lugar que tensione el sentido común para que estos discursos no calen tan fácilmente. Trabajar para que ese enojo por aquello que se siente injusto, no recaiga en la inutilidad del Estado y de lo público como encarnación de todos los males. Donde nuestros estudiantes sepan que su situación no viene por no esforzarse lo suficiente o por el poco mérito. Porque si es así, hemos fracasado en construir usinas críticas que nos permitan problematizar la intromisión de los discursos dominantes en nuestro ser y sentir.

Fuente: ANRed.

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