Política

Argentina. De director de Syngenta a asesor presidencial: modelo extractivo, memoria, verdad y justicia

28 de enero

“Alguna lágrima para que la platea sepa que también tienen su corazoncito, pero es puro teatro. Bien saben que los modelos de vida de hoy, que ellos imponen, son modelos de muerte” – Eduardo Galeano

Y sí, una casi peca de ingenua. Cuando creía haber colmado mi capacidad de asombro, veo la noticia: “El ex CEO de una multinacional será el nuevo jefe de Asesores de Alberto Fernández. Se trata de Antonio Aracre, quien renunció a Syngenta luego de 36 años para dedicarse a la política”.

Nuevo asesor presidencial. Sí, el mismo directivo de una empresa envenenadora y ahora parte del Gobierno.

Luego de la bronca, impotencia y tristeza que me causó ver ese titular, reflexioné que finalmente ese anuncio solo era la confirmación de más muerte de la que ya se anunciaba desde hace décadas por los distintos gobiernos que, cada uno con su discurso, apostaron a profundizar un modelo extractivo que solo produce más devastación de territorios, enfermedad y muerte.

Cuando tengo que analizar el presente y, para poner claro sobre oscuro, recurro a la historia reciente. Es entonces donde encuentro muchos paralelismos —salvando las diferencias— y entiendo que hay instancias en las que me resulta imposible aceptar grises.

Memoria
Porque no puedo —ni quiero— olvidar los relatos escuchados en carne viva, de los damnificados en el Juicio del Barrio Ituzaingó (Córdoba), barrio fumigado y diezmado de cáncer, malformaciones, abortos espontáneos y tantos otros enfermos. Porque no puedo —ni quiero— olvidar a Fabián Tomasi, a quien su condición de trabajador rural que manipulaba agrotóxicos lo condenó a una pésima calidad de vida y a una muerte prematura.

Porque no puedo —ni quiero— olvidarme de Ana Zabaloy, maestra rural fumigada y generosa luchadora de San Antonio de Areco, quien luego de batallar de manera incansable a favor de la vida, contra las fumigaciones, falleciera de cáncer. Porque no puedo —ni quiero— olvidar los relatos de sus alumnos y los dibujos que grafican su vida rodeada de los venenos.

Porque no puedo —ni quiero— olvidarme de los niños de Corrientes: Nicolás, Celeste, José, Antonella, Azul, Rocío, fallecidos o enfermos que tuvieron en común haber vivido en ambientes extremadamente contaminados por los venenos/agrotóxicos usados en las producciones agrícolas del lugar.

Porque no puedo —ni quiero— olvidarme del calvario vivido por Sabrina Ortiz y toda su familia a raíz de las incesantes fumigaciones sufridas a lo largo de su vida en Pergamino.

Porque no puedo —ni quiero— olvidarme de todo lo escuchado en los ateneos que hemos realizado con la Junta Interna de ATE, en el Hospital Garrahan —donde trabajo—, con el objetivo de concientizar y que se escuchen allí los testimonios de damnificados y de mujeres y hombres de la ciencia que contaron cómo está comprobadísimo que los agrotóxicos son biocidas que contaminan, enferman y matan.

Porque no puedo —ni quiero— olvidarme de los vecinos de San Salvador (Entre Ríos), ese lugar que salió a realizar marchas contra el cáncer, porque ya estaban abrumados de contar casos y más casos.

Porque no puedo —ni quiero— olvidar a los vecinos de Exaltación de la Cruz, de La Matanza, de Lobos, de Monte Maíz, de Mar del Plata, de San Nicolás y tantos otros lugares que, hastiados de ver como su salud y ambiente se quebranta cada vez más, salen y dicen y luchan.

Y podría seguir haciendo memoria para recordar por qué no quiero olvidar.

Verdad
Porque la verdad es una sola. Y no es la que pregona el mediático Antonio Aracre ni la de sus pares. Hay una sola verdad y es la que vienen investigando distintos profesionales —sin conflicto de interés— desde distintas disciplinas y confirmando una y otra vez, en aire, en tierra, en animales, en agua y en humanos: que los agrotóxicos utilizados en la agroindustria son biocidas y eso es lo que hacen: matan la vida; y que no hay forma de utilizarlos de manera segura —como nos quieren hacer creer empresarios como Aracre— no, eso no es posible. Sobran estudios y sobran lamentablemente testimonios de vecinos que relatan el calvario de portar un cuerpo con venenos que es una prueba viviente —o ya no— de este ecocidio anunciado.

Justicia
Es lo que falta: justicia. Salvo algunos casos en los que compañeros abogados batallaron junto a las comunidades y lograron algo parecido a la justicia, lo que reina es la impunidad.

De qué otro modo puede leerse que las comunidades afectadas sean ninguneadas o sean alentadas siempre a ser ellas las que deban comprobar cómo los venenos afectan su vida, su ambiente y sean intimadas a demostrar cuánto veneno porta su cuerpo, pagando —incluso— los estudios de sus bolsillos sin que el Poder Judicial haga absolutamente nada para terminar con ese tormento.

Solo habrá justicia cuando este envenenamiento cese, el resto serán enmiendas o, como dice Galeano, “lagrimas para la tribuna”.

La culpa no es solo de Aracre
De algunas Madres (de Plaza de Mayo) aprendí a respetar y tener en cuenta estas tres premisas —Memoria, Verdad y Justicia— infaltables cuando hablábamos de la defensa de los derechos humanos de ayer.

La implementación del modelo extractivo es una de las violaciones más aberrantes de los derechos humanos —y de la naturaleza, eso somos— de hoy.

Este modelo biocida no pueda coexistir, como muchos sostienen, con la agroecología, salida imprescindible a todo este desastre.

Y nombrar en un cargo del gobierno a Antonio Aracre no parece ser una política precisamente para fomentar la agroecología.

Nombrar al CEO de Syngenta y decir al mismo tiempo que promueven la agroecología es casi tan perverso y cínico como bajar el cuadro de un militar y poco tiempo después darle un cargo, sacarse fotos, abrazarse y defender a un represor.

Hay grises que son sencillamente imperdonables y, una vez traspasados, ya no hay retorno.

Fuente: Agencia Tierra Viva.

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